Si preguntamos por ahí, lo más probable es que nos digan que estamos en el siglo XXI. Pero parece que nuestras instituciones estatales y toda la función pública en su conjunto hayan quedado anclados muy lejos en el tiempo. No se trata de que todavía no conozcan internet, las redes sociales, los certificados digitales… es que, si apuramos, a duras penas conocen el fax.
Totalmente cierto. En la Administración de Justicia, por ejemplo, no admiten escritos enviados por fax si posteriormente no se acompaña el original (que pone exactamente lo mismo) con un viaje en persona al Juzgado. Del correo electrónico, mejor ni hablamos.
También existen costumbres tan anacrónicas como la notificación por edictos. Esto se hace cuando es difícil encontrar a una de las partes citadas; en ese caso, la resolución se notifica a dicha parte… poniéndola en la pared del Juzgado durante un tiempo. Así, colgar una resolución judicial en un panel de corcho equivale a notificarlo a todos los ciudadanos españoles. Como lo oyen ustedes.
O las fotocopias compulsadas. No basta con hacer una copia de algo y presentarlo ante la Administración. Un escriba de Palacio tiene que poner un sello para asegurarse de que ninguna brujería ha hecho que la fotocopia sea diferente del original.
Los ejemplos son, por desgracia, casi inacabables. Pero donde la herida es más sangrante y dolorosa es en la más importante institución democrática: los partidos políticos.
No me cabe duda de que, en su origen, los partidos políticos tenían una razón de ser. Como era imposible juntar en una misma sala a todos los ciudadanos para que decidieran sobre las leyes, se creó la democracia representativa (elegir a un representante durante cuatro años para que vote por ti). Como había gente que pensaba de la misma manera, esos representantes se fueron juntando en formaciones que acabarían siendo los partidos políticos tal y como están hoy.
Como digo, en su origen eso tenía sentido. En su origen. Allá por el siglo XVIII. ¿Recuerdan que habíamos dicho que ahora estábamos en el XXI?
También las copias compulsadas o las notificaciones por edictos tenían su razón de ser en el pasado. Pero eso no significa que puedan quedarse así por toda la eternidad, sin evolucionar al mismo tiempo que la sociedad.
Los faxes tienen tanta validez (o son tan falsificables) como el original que se presenta al Juzgado; por lo tanto, debería admitirse cualquier escrito por fax (o incluso versiones digitales de los mismos). Las notificaciones por edictos podrían realizarse en un gran “tablón de corcho” llamado internet (que sí llega a la vez a toda la ciudadanía española). Las fotocopias no deberían tener la necesidad de compulsarse…
Y los partidos políticos deberían cambiar.
Ya no necesitamos una democracia representativa, por lo menos no de la manera como la tenemos ahora. Internet nos permite hablar directamente, decir lo que opinamos en tiempo real. No necesitamos que alguien hable por nosotros.
En este siglo XXI, los intermediarios cada vez tienen menos peso (piénsese en los ejemplos clave de SGAE, discográficas,…). Los partidos políticos también son intermediarios. Y también tienen que renovarse o morir.
Se nos dirá que los partidos políticos engloban ideas concretas, que votando a un partido votas una visión general de la política. Pero eso tampoco es verdad.
Porque además resulta que los partidos ni siquiera aglutinan las ideas que dicen aglutinar. Se supone que si votamos al PSOE tendremos políticas económicas de las llamadas “de izquierdas“, y si votamos al PP, por ejemplo, tendremos políticas basadas en la unidad de España. Sin embargo, el PSOE lleva años adoptando cada vez más medidas económicas “de derechas” y el PP, por ejemplo, varias veces tuvo que hacer concesiones al nacionalismo catalán.
Es decir, si lo único por lo que debemos aceptar a los partidos hoy día es porque defienden nuestras ideas políticas… ¿qué hacemos cuando esos mismos partidos traicionan esas ideas?
La solución cabe en dos palabras: democracia directa.
No necesitamos partidos “de izquierdas” o “de derechas“. Necesitamos políticos que hagan lo que les pida la ciudadanía. Necesitamos gestores legislativos cuyo único trabajo sea transformar en realidades las cosas que exija el pueblo soberano. Necesitamos recuperar el verdadero sentido de los términos “servicio público”.
Necesitamos una democracia del siglo XXI.
¿En qué siglo la lograremos?
Fabián Plaza Miranda
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