[b]Desindustrializar la prensa: una propuesta de supervivencia para los medios del próximo siglo[/b]
La prensa es hija de la imprenta, y la imprenta es madre de la Revolución Industrial. Algunas de las características esenciales de la LEER MAS >>>prensa tal y como la conocemos están enraizadas en limitaciones procedentes de los procesos de manufactura industrial que han sido consustanciales con los medios hasta la llegada de las redes digitales. Si el sector de los medios de comunicación quiere sobrevivir a Internet tiene que abandonar aquellas partes de su herencia que ya no están justificadas por la realidad. La única vía a la supervivencia de la prensa es su desindustrialización, especialmente en sus productos. Es hora de que los periodistas abracen la era postindustrial.
Antes de que naciera la industria moderna, nació la imprenta; el primer objeto fabricado a máquina y en serie que conocieron los humanos del siglo XVI fue probablemente un libro. Las imprentas estuvieron entre las primeras factorías de fabricación en masa, y sus productos (incluyendo los primitivos periódicos) entre los primeros productos industriales que se distribuyeron a gran escala. El desarrollo de la prensa como sector económico, y por tanto del periodismo como función y como profesión, estuvo por tanto estrechamente ligado al desarrollo de la Revolución Industrial. El periódico como producto, su modo de producción y de distribución, su modelo de negocio y sus economías externa e interna derivan de su nacimiento y desarrollo a lo largo de la Era de la Industria.
Y es este factor más que ningún otro el que está entorpeciendo la transición del sector de los medios de comunicación a la nueva economía de la información que ha creado el nacimiento de Internet. La herencia de la Era Industrial empapa tanto los productos periodísticos como su fabricación, distribución, venta y financiación, y determina la estructura misma de las empresas de medios. Hasta tal punto está interiorizada la herencia de la Era Industrial que los ejecutivos de prensa y los propios periodistas ni siquiera se plantean la contingencia o necesidad de determinados aspectos básicos de la profesión y la industria. A la hora de analizar el futuro del periodismo se discuten libre y ferozmente modelos de negocio, estructuras empresariales o sistemas de trabajo, buscando nuevas formas de hacer rentables los productos periodísticos en el futuro dominado por la información digital.
Pero hay aspectos que jamás entran en estas discusiones, porque tácitamente se consideran inamovibles. Esos elementos axiomáticos que no se ponen en duda contienen presuposiciones provenientes de la Era Industrial que es necesario poner en cuestión, si queremos que el sector sobreviva. Para adaptar el periodismo al futuro ha llegado el momento de analizar la viabilidad futura de elementos que hasta hoy se han considerado intocables. El resultado de ese análisis no puede ser más claro: para que el periodismo sobreviva hay que redefinir el producto periodístico mismo, puesto que está diseñado para otra era y otro contexto económico. Hay que reinventar conceptos como la noticia, el periódico y el periodista, eliminando las adherencias que la Era Industrial y la Producción en Masa han dejado en ellos. Para que el periodismo sobreviva es necesario desindustrializar la prensa.
Para la mayor parte de los profesionales resulta casi inimaginable separar el periodismo de conceptos como la noticia, el periódico, la redacción y los modelos económicos (mixtos venta/publicidad) que han sido la esencia económica de la industria desde hace siglos. Cuando la necesidad de asegurar la supervivencia provoca desazón y la discusión de alternativas, todo está abierto. Se consideran las ventajas y desventajas de los modelos de pago frente a los gratuitos. Se analizan las consecuencias de cerrar los contenidos frente a las ventajas de integrarlos en las interconexiones de la Web. Se barajan las alternativas de los lectores dedicados o semidedicados, desde el papel electrónico al iPad, y se buscan modelos publicitarios más rentables, procurando obtener más datos de los lectores para llevar a cabo una publicidad más efectiva. Todo parece estar abierto al cambio.
Pero con una condición: hay cosas que no se pueden cambiar, que ni siquiera se discuten, que son inamovibles. Todo puede y debe cambiar, con tal de que determinados elementos jamás cambien. Hay que encontrar el modo de rentabilidad los medios, pero sin plantearse siquiera modificar el producto que se hace. La ecuación está abierta, pero determinados elementos no son variables, sino constantes. En el futuro todo puede adaptarse a la Era Digital, pero siempre que el producto ofrecido al público sea un periódico (entendido como un paquete de información de tamaño y amplitud característico), compuesto de noticias (definidas como informaciones de cierto tipo y escritas de cierta manera) creadas por una redacción (compuesta de cierto tipo de profesionales interactuando de una cierta forma).
Las empresas de medios de comunicación están dispuestas a cuestionarlo todo, excepto su producto y el modo de fabricarlo. Se da por supuesto, sin demostrarlo, que periodismo es sinónimo de periódico; que no puede haber información profesional mas que en el contexto de una redacción que crea cada día un determinado número de noticias y las empaqueta en las distintas secciones de un diario. Todo lo demás es contingente, pero el periódico es necesario, y por tanto indiscutible.
Defenderé aquí que el periódico, la noticia y la redacción no son absolutos ni necesarios, sino accidentes que tienen su origen en la Era de la Fabricación en Serie, dominada por la economía de escala. Y que la digitalización y las redes de comunicaciones han dejado obsoletas las economías de escala, sobre todo para los productos inmateriales como es la información. El periodismo, la prensa, los medios sólo saben conceptualizarse a sí mismos en términos industriales. Y en una era postindustrial su resistencia a cuestionarse aspectos esenciales de su mercado les está poniendo en riesgo de ser incapaces de adaptarse al futuro. La prensa, los medios, el oficio del periodismo se han quedado atrapados en nociones y definiciones de cuál es su producto y cómo se hace que están basadas en la Era Industrial. Para que sobrevivan es necesario desterrar esas ideas, desindustrializando la esencia misma de la prensa.
El fantasma en el periódico
Internet ha cambiado por completo los presupuestos en los que se basaba la Era Industrial, subvirtiendo tan completamente los cimientos económicos que se habla ya con normalidad de una Nueva Economía. Al reducir en la práctica a cero los costes de duplicación y transmisión de información y eliminar por completo las barreras de entrada a la publicación las redes digitales de telecomunicaciones han eliminado por un lado la escasez y por otro los altos costes de fabricación de los productos informativos.
En última instancia la Economía Industrial que tanto éxito ha tenido durante los últimos siglos se basa en la escasez y en los altos costes de fabricación para tener sentido, más que en la calidad y adaptación al cliente de los productos. Los productos industriales son económicamente viables porque son producidos en masa, y por tanto son baratos. Para ello deben ser homogéneos y homologables, un inconveniente compensado con el bajo precio. La mentalidad de la Era Industrial consiste en resignarse a la homogeneidad para asegurar un precio asequible: no en vano la pujanza de la industria ha culminado en fenómenos como la política y la sociología de las masas; la existencia de grandes grupos sociales homogéneos es una necesidad económica de la producción industrial. La fabricación en serie necesita, y produce, masas; un juego en el que los medios tradicionales han participado sin pudor. Hay que crear masas porque producir para las masas es homogéneo y barato. La heterogeneidad y la variedad son caras, porque la única forma de producir barato es en grandes series de productos iguales. El mercado acaba lleno de productos similares hechos de manera parecida, eso sí; a precios muy económicos.
En el mundo de la información, como en el resto de las industrias de producción en masa, el resultado de este proceso ha sido la aparición de empresas similares que fabrican productos parecidos a precios casi idénticos mediante procesos indistinguibles. El modo de trabajar de un profesional en uno u otro medio es el mismo; las noticias que elaboran son a menudo indistinguibles, y aparecen en el mercado empaquetadas en ofertas muy similares de información. Cada vez más la única diferencia real entre varios productos periodísticos es el aditivo ideológico que cada uno de ellos añade a las informaciones. El número de informaciones, las categorías en las que se agrupan, la forma como están elaboradas son indistinguibles. La prensa de la Era Industrial es muy homogénea, con la salvedad del sesgo ideológico de cada cabecera.
Cada día suceden en el mundo millones de cosas, pero como bromeaba Seinfeld cada día ocurren en el planeta exactamente el número de noticias que son necesarias para llenar The New York Times. De entre los millones de sucedidos un mecanismo de selección formado por personas decide cuáles son lo suficientemente importantes para ser considerados noticias, y cuáles no. Una vez seleccionados, otras personas desarrollan y escriben esas informaciones en una serie de formatos denominados noticias, de nuevo de acuerdo con determinados criterios. Todas estas personas están organizadas en una estructura denominada redacción, que trabaja de un modo específico siguiendo también criterios concretos. Lo sorprendente es que empresas competidoras utilizan los mismos criterios, por lo que es normal que los productos resulten tan similares como para ser casi indistinguibles en el mercado.
Sin que las propias empresas sean conscientes esos criterios incorporan la marca de las limitaciones de la Era Industrial que les dieron origen. No se hace así porque sea la única o la mejor manera de hacerlo, sino porque se han incorporado las limitaciones de recolección de información y de fabricación y distribución de periódicos impresos. El periódico hecho de noticias por una redacción no es el mejor o el único producto informativo posible. Es el único que resultaba rentable en la Era Industrial. Hasta tal punto que la misma definición de lo que es o no noticia, de las secciones de un diario y su tamaño y contenido y de los trabajos y flujos de información en una redacción están definidos no por las necesidades informativas, sino por los invisibles límites de la Era Industrial. En otras palabras: los periódicos son así no porque personifiquen la mejor manera de contar la realidad, sino porque esta forma era la única que tenía sentido económico en la Era de la Industria.
La definición de lo que es o no noticia y de cuál de ellas es importante está teñida de escasez. En última instancia en un periódico se gestiona el espacio, que es por definición limitado: cada periódico tiene un número de páginas que es difícil incrementar sin elevados costes y sin crear problemas de fabricación y distribución. De estas páginas algunas están comprometidas, ya sea por publicidad, ya por secciones o productos fijos. Cada día hay un espacio limitado para llenar con informaciones, y es este parámetro el que determina en última instancia la jerarquía de esas informaciones. En el límite inferior hay sucedidos que pueden convertirse en noticia o no dependiendo no de su importancia absoluta, sino del espacio disponible. Una característica que los profesionales encargados de gestionar la imagen de empresas de instituciones han aprendido a manejar a su gusto, liberando informaciones o bloqueando su publicación dependiendo del contexto del día. Nada como la muerte de un famoso o una gran catástrofe para hacer desaparecer unos malos resultados empresariales, por ejemplo.
El espacio en un diario es una función de los costes de fabricación y de distribución, del papel, la tinta y las furgonetas; de elementos manufactureros e industriales. De modo que al final son estos elementos materiales los que determinan los criterios por los cuales un suceso se transforma en noticia, o no; y cuál es su importancia. Los criterios de selección y valoración de las informaciones dependen de parámetros puramente industriales, no informativos. La escasez de espacio manda.
El modo mismo como se redactan y ponen en página estas noticias está determinado por las necesidades de la producción en masa. La famosa pirámide invertida que se ha convertido en la plantilla básica de las noticias no nació como método para mejorar la transmisión de información al lector, sino como un sistema sencillo de recortar textos cuando se utilizaban linotipias para crear planchas de plomo. Lo que hoy se considera el objetivo ideal de la buena escritura periodística tiene su origen en procedimientos para que en los talleres los componedores pudiesen trabajar mejor. Otra vez un criterio periodístico surge no de la mejora de la calidad del producto, sino de las limitaciones tácitas propias de la Era Industrial.
Incluso la estructura interna de la redacción depende de la escasez de espacio. Las secciones en las que los periódicos se dividen no están diseñadas como un sistema para que el lector pueda orientarse en el flujo informativo y encontrar lo que le interesa, sino como un mecanismo interno de organización del trabajo y de reparto del escaso espacio. Quién cubre una noticia que podría residir en dos secciones depende no del periodista que más y mejor conoce el tema, sino de qué sección tiene ese día más espacio disponible. Una vez más los criterios que rigen un tema profesionalmente tan importante como decidir quién escribe qué informaciones y a las órdenes de quién está resultan tener su origen en las limitaciones de espacio de la manufactura de papel impreso.
Y no es la única influencia: la combinación de secciones de un periódico y el tamaño de cada una están adaptados a la necesidad de obtener un número y calidad de lectores atractivos para los anunciantes, que suelen proporcionar alrededor de la mitad de los ingresos de un periódico tipo. Esta publicidad tiene sentido económico porque los anunciantes carecen de la capacidad de alcanzar a sus potenciales clientes por sus propios medios; si quieren comunicar con un gran número de ciudadanos han de acudir a comprar espacio a quien dispone de los medios para llegar a ellos. La escasez propia de la manufactura vuelve a asomar la cabeza y a determinar aspectos clave de los criterios periodísticos.
De hecho la primacía de valores basados en la escasez es tan intensa que produce efectos perniciosos para la calidad de la información, que se supone es el objetivo máximo del periodismo. Estos criterios son tan rígidos que las diferentes cabeceras acaban resultando casi indistinguibles, ofreciendo cada día casi el mismo número de noticias, casi escritas en el mismo tamaño y de la misma manera en casi las mismas secciones. Esto no sólo dificulta la diferenciación en el mercado que es táctica básica de cualquier producto a la venta, sino que tiene efectos sobre la información.
Por un lado este consenso de la prensa ha acabado por generar una realidad alternativa, esa actualidad que llega a funcionar como una especie de alucinación compartida y consensuada. Lo que ocurre de verdad deja de ser importante, y lo que de verdad importa es aquello a lo cual la prensa dirige su atención (y con ella la de toda la sociedad). En lugar de informar a la sociedad la prensa se ha transformado en un mecanismo de fijación social de la atención que guía la mirada de una comunidad completa, utilizando para seleccionar el blanco criterios teñidos de escasez. Y que, por necesidades económicas, acaba reduciendo esa mirada al mínimo común denominador. Esta capacidad ha proporcionado una nueva fuente de poder a algunos medios, poder que no se privan de explotar.
Pero por otro lado la necesidad de diferenciarse, siquiera mínimamente, en la mente de los posibles clientes ha llevado a los medios a fabricar diferencias exagerando los aspectos ideológicos, lo cual no lleva aparejado ningún cambio de interés económico. Incapaces de separarse de la manada por la cantidad o calidad de las noticias que dan, o de modificar sus métodos de trabajo, los periódicos tiñen con fuerte colorido de ideología las mismas noticias, para que parezcan diferentes en el kiosco. Esto, obviamente, no mejora el producto, pero sí lo hace al menos superficialmente diferente. La creciente ideologización del periodismo surge, pues, de la misma fuente que los criterios de selección y valoración de noticias: la escasez. Analizada de esta forma, tiene sentido.
Como hemos visto lo que subyace a los criterios que usan los profesionales para crear sus productos no es tanto la calidad de transmisión de información, sino los límites y las necesidades de fabricación y distribución de un producto masivo como es un puñado de páginas de papel impresas. A la hora de decidir qué es noticia, cómo se escribe, quién lo hace y de qué manera se organiza todo ese proceso estamos utilizando definiciones y métodos que tienen en su corazón conceptos industriales como escasez y producción en masa. El periodismo, sus productos y hasta sus ideales nacieron en la Era Industrial, y contienen sus valores. El problema es que ya no estamos en la Era Industrial.
La Era de la Megainformación: consecuencias de la postindustrialidad
Como hemos visto los periódicos nacieron y se desarrollaron en una era definida por la escasez y la baja velocidad de difusión de la información, pero el nacimiento de las redes de telecomunicación digitales ha provocado una explosión informativa sin precedentes. Los niveles de producción y consumo de datos se han multiplicado y siguen creciendo a un elevado ritmo. El ecosistema informativo basado en la escasez se ha transformado en una ingente inundación de datos que no tiene visos de detenerse, y que parece desbordar cualquier capacidad de procesamiento. La avalancha, además, no tiene límites naturales: siempre se puede añadir más infraestructura para almacenar y transmitir más información.
La Economía de la Información era aquella en la que los datos eran escasos, y por tanto valiosos. La información era tan preciada que tener de ella era un signo de poder, y con frecuencia una vía para obtenerlo. Prestigio y dinero podían conseguirse con facilidad disponiendo de una información antes que los rivales: el resultado de una batalla, la llegada o el retraso de un barco o la salud o muerte de un rey conocidos con horas o días de antelación suponían ventajas estratégicas y económicas de primer orden. Hasta tal punto que quienes disponían de información con preferencia procuraban por todos los medios evitar su difusión y mantener la ventaja. Ésta es la mitología y la realidad que subyace a conceptos tan periodísticos como el scoop o exclusiva, por el que se sigue midiendo hoy en día la valía de un reportero: el valor de ser el primero es enorme en un mercado dominado por la escasez.
Pero llegó la radio, y después llegó la televisión, y más tarde la TV por cable y satélite, y multiplicaron la oferta informativa. Para dar el golpe de gracia nació Internet, y su método de uso multimedia (conocido como la Web) se caracterizó desde el inicio por la facilidad técnica de publicación. El resultado fue la aparición de numerosas empresas tecnológicas que ofrecen gratuitamente los servicios de publicación y almacenamiento en Red, aprovechando los costes despreciables e ingresando dinero mediante publicidad. Como consecuencia se produjo una verdadera explosión de publicación no profesional que incluye más de 150 millones de blogs que publican cada día un millón de comentarios, material suficiente como para llenar The New York Times durante 19 años; y que cada dos meses suben a YouTube más horas de vídeo de las que han producido ABC, NBC y CBS en sus 50 años de historia sumadas.
Según un estudio de la Universidad de California en San Diego, en 2008 los estadounidenses consumieron información durante un total de 1,3 billones de horas, a una media de 12 por persona y día. El total de información consumida fue de 3,6 zettabytes (un zettabyte es un billón de gigabytes) y 10.845 billones de palabras, correspondiendo a cada estadounidense estándar 34 gigabytes y 100.500 palabras por día. En estas cifras se incluyen todas las fuentes de información, desde teléfonos móviles, consolas de videojuegos y ordenadores a libros, periódicos, radio y, por supuesto, televisión. Pero en estas cifras ingentes no está incluida la información consumida en el trabajo: las cifras se refieren sólo a la utilizada por el ciudadano medio durante su vida personal y su tiempo de ocio. Aunque el estudio se refiere tan sólo a los estadounidenses, la tendencia general del mercado mundial de la información va en el mismo sentido. La especie humana está devorando y generando cada vez más datos.
Los más de 1.500 millones de usuarios de Internet cada vez utilizan la red más tiempo y absorben mas información a través de ella. Las tasas de crecimiento siguen siendo desmedidas, especialmente en los países en vías de desarrollo como China o la India, que han adelantado ya en números brutos de navegantes a las naciones de Occidente. El número de habitantes de Internet aumenta, y también lo hace el uso. El problema, que define una nueva economía, es que mientras la cantidad de información no tiene límites, sí que hay un techo a la cantidad de personas que existen, y de horas que le pueden dedicar a Internet. Mientras la información crece hacia el infinito, la atención humana a esa información tiene un límite superior. Por tanto vivimos en una sociedad donde el recurso que falta es la atención humana, y la tendencia es a que sea cada vez más escaso. La economía ya no trata de repartir un poco de información, sino la cada vez más escasa atención. La base misma de la ecología de las empresas informativas cambia. Tan profundamente, que afecta incluso a las empresas que fabrican objetos.
Cada vez más los productos hechos de átomos pueden fabricarse al mejor postor, en factorías ultraeconómicas situadas en países de bajos costes laborales y sociales y con transporte económico a los mercados. El gran traslado de producción industrial que se ha producido entre los países del llamado Occidente y China o la India, por poner dos ejemplos, hubiese sido imposible sin la facilidad para enviar a esas plantas industriales totipotentes los diseños y los planos necesarios para la fabricación de cualquier objeto. Con la misma facilidad estos diseños, que son la auténtica fuente del valor del producto, pueden ser trasladados a otra factoría, por lo que el productor se ve obligado a mantener precios muy bajos y la máxima flexibilidad productiva.
El resultado ha revolucionado por completo en el último cuarto de siglo la economía mundial, tanto de los objetos manufacturados como de las finanzas. Los países que antes dominaban económicamente el mundo por la pujanza de su industria se han desecho de ella y se dedican ahora a los servicios; entre los que están la creación de los diseños que se usan para fabricar objetos. Son los países antes en desarrollo los que acaparan ahora la fabricación, considerada como una función económica secundaria, que utilizan como palanca para saltar a las filas de los que diseñan y no manufacturan. Las potencias de la Era Industrial han pasado a ser potencias Postindustriales, y son las menos desarrolladas las que tienen que conformarse con la Industria.
Y si esta revolución se ha completado en el mundo de los objetos hechos de átomos, no hay que decir que ha sido mucho más rápida, violenta y radical en el mundo de los productos hechos de bites: en el mundo de la información. Aquí si que se ha producido un giro copernicano al desaparecer por completo cualquier signo o posibilidad de escasez en el mercado de la información, reemplazada por una sobreabundancia intoxicadora y creciente de datos. Este cambio es más profundo y radical todavía que el sufrido por la economía de los átomos, ya que no afecta sólo a los modos y métodos de fabricación y distribución, sino a la misma esencia de las industrias: sus productos.
Es posible vender el mismo tipo de productos hechos de átomos tan sólo cambiando el método de manufactura y distribución. El que Apple fabrique sus iPhones en Taiwan, o en China, o en Tailandia no cambia la esencia del smartphone, sólo su precio y las dificultades de distribución, que no son asunto del usuario. La revolución económica que se ha producido con el vuelco de la actividad productiva no ha afectado demasiado a qué productos se hacen o cómo son. Este parco consuelo les está vedado a las empresas que trabajan con información. Porque para ellas el tránsito entre la era Industrial y la Postindustrial no sólo afecta a su modo interno de funcionamiento, sino que modifica la definición misma de qué son, a qué se dedican, cuál y cómo es su producto y de qué manera es posible rentabilizarlo. Mientras que las industrias manufactureras siguen creando los mismos productos, pero de otra manera, los fabricantes de información se ven enfrentados a otros problema muy diferente: sus productos dejan de tener sentido.
Y, sin embargo, los periódicos y las grandes empresas de medios siguen preparando los mismos tipos de productos, de la misma forma. La única variación es que aprovechan Internet y sus fenómenos relacionados para recortar los costes de hacer lo mismo. Así, se reducen las caras corresponsalías en el extranjero para reemplazarlas por agencias de noticias y la lectura de periódicos y páginas web del país que se desea cubrir. Las suscripciones a agencias se reducen, y desciende la inversión en departamentos de documentación, reemplazados por búsquedas en Google. Los correctores son eliminados, sustituyéndolos por sistemas automáticos de ortografía; los redactores jefes y periodistas veteranos son eliminados, y su lugar es ocupado por jóvenes animosos, pero sin experiencia y mucho más baratos. El objetivo es recortar al máximo los costes de hacer el mismo producto que se ha hecho siempre: un periódico con las secciones típicas y compuesto de noticias.
Esta reducción de costes afecta negativamente a la calidad de las noticias, de las secciones y del periódico, reduciendo su atractivo en el mercado. Pero el principal problema no es que se haga un mal periódico, sino que el periódico mismo carece de sentido en el nuevo entorno competitivo. Diseñado como vehículo único de toda la información que necesita en un día un ciudadano medio, el periódico es un monstruo de Frankenstein hecho de compromisos. El tamaño y el precio imponen escasez de espacio, que a su vez define la limitación de las noticias que pueden ser impresas. La forma de redactarlas depende asimismo de criterios de recorte que son, de hecho, obsoletos. La composición de las diversas secciones refleja más las necesidades de organización del trabajo periodístico y de venta de publicada que el verdadero interés informativo. La necesidad, puramente económica, de alcanzar a un elevado número de lectores para conseguir la rentabilidad impone delicado equilibrio en los tratamientos informativos, y provoca que en su afán por no dejar a nadie insatisfecho el periódico a nadie satisfaga por completo.
El periódico, como producto en un mercado definido por unas limitaciones tecnológicas y económicas, era un compromiso brillante y una oferta eficaz que podía llegar a ser muy rentable. El problema es que en las nuevas circunstancias todos esos compromisos están en su contra. El producto periódico hecho de noticias no tiene sentido en un entorno de sobreabundancia de información. Todos sus elementos son insatisfactorios, porque cada compromiso le roba la posibilidad de sobresalir en algo. El compromiso de dar al mismo tiempo la información internacional y la local, la meteorológica y los deportes, la sanitaria y la de tráfico proviene de las épocas en que el medio de comunicación tenía que ofrecer todos los datos en un único producto, y compromete enormes cantidades de recursos. El formato y modo de creación de las noticias refleja las necesidades estructurales de coordinar una gran redacción.
Hoy, sin embargo, la competencia es infinita; la información sobre cualquier tema es sencilla y rápida de localizar, por lo cual para el lector carece de sentido comprometerse con una información de segunda categoría en una sección a cambio de acceder a un producto único: la demanda ahora exige que todas las informaciones sean de la máxima calidad. Pero esto impone costes elevados, imposibles de sostener si se pretende seguir dando toda la información del día. Mientras la tendencia natural del público lector es a buscar diversos medios especializados de calidad y componer con ellos (vía, por ejemplo, RSS) su propia oferta informativa personal, los medios tradicionales se empeñan en ofrecer un producto irregular, de calidad menguante y cada vez más difícil de distinguir de su competencia.
En lugar de aprovechar su ventaja formativa y de tradición profesional en el acceso y el procesamiento de información, los periódicos y las empresas de medios siguen empeñadas en librar una guerra del siglo XXI utilizando tácticas del siglo XIX. Solo hay una salida, que pasa por la renuncia y la experimentación. Los medios deben renunciar a cubrir todo el panorama informativo para concentrarse en exclusiva en aquellas áreas temáticas o geográficas en las que su experiencia pueda darles una ventaja fundamental. Los medios tienen que experimentar, para que la información abandone los corsés de la noticia, el reportaje, la entrevista o la columna. Las redacciones deben reducirse en números, concentrarse en temas y aplanarse en estructura para ser más ágiles y más sensibles a las necesidades de su público.
La solución al problema no es clara. Pero resulta evidente que aferrarse a los viejos productos y las viejas formas de fabricarlos no va en la buena dirección. La prensa, que nación en la Era Industrial y lleva en su seno los estigmas que lo demuestran, tiene que abandonar esta parte de su legado para sobrevivir en la sociedad Postindustrial. Sería un desastre de proporciones históricas que el empecinamiento en mantener conceptos y estructuras obsoletas acabara con una tradición, una cultura y un modo de informar que ha sido vital para el triunfo de las sociedades más avanzadas durante los dos últimos siglos. Para que el periodismo se salve, es necesario desindustrializar la prensa.
[b]Fuente[/b]: http://bit.ly/LCCgLj